
La noticia de la negativa de los grupos parlamentarios del Partido Socialista, Izquierda Unida y Esquerra Republicana de Cataluña a colocar una placa conmemorativa en el edificio parlamentario donde estuvo la casa natal de la monja Santa Maravillas de Jesús constituye un capítulo más de la hemiplejia política en la que están instalada la izquierda. El pasado 4 de noviembre la Mesa del Congreso acordó por unanimidad, a propuesta del vicepresidente tercero, el diputado del PP Jorge Fernández Díaz, colocar dicha placa en el edificio anexo al Congreso "haciendo explícita mención en el acta de que la placa no respondía a otras motivaciones distintas a la notoriedad de la religiosa y a las circunstancias que unían a su familia con el Parlamento... para dejar constancia de que en él vivió una familia entre cuyos miembros hubo dos presidentes del Congreso, un presidente del Senado y una hija de éste, Maravillas de Jesús, que alcanzó notoriedad por su canonización reciente", aclaró el presidente del Congreso, José Bono. Días después se convoca una reuniíon urgente de la Mesa para revocar el acuerdo pues, se alega, puede ser ofensiva y atenta contra la laicidad del Estado.
¿A quién puede ofender la colocación de una placa en honor de una madrileña que entregó su vida al servicio de los más desfavorecidos? Claro, el problema es que era religiosa y eso en la sociedad totalitaria que algunos pretenden construir es imperdonable. Si hubiera sido sindicalista o feminista todo sería diferente. De hecho en el Congreso existe una placa dedicada a Clara Campoamor, precursora del voto femenino quien, por cierto, tuvo que salir huyendo del Madrid republicano (si se enteran ciertos ignorantes, lo mismo le retiran la placa). Los sectores más beligerantes de la izquierda no cesan en su empeño de perseguir, silenciar o arrinconar todo sentimiento religioso de caracter trascendente. Sus intenciones son claras. Pretenden eliminar una religión como la católica, que hoy es libremente practicada por sus fieles, para imponernos la suya, la religión laicista, en una obra de calculada ingeniería social. Esta religión laicista mimetiza muchos de los rasgos de identidad de las religiones tradicionales. Así, crean la asignatura de Educación para la Ciudadanía para adoctrinar en el catecismo socialista, asignatura que a diferencia de la Religión es obligatoria en las escuelas. La religión laicista tiene sus predicadores, ubicados en los nuevos púlpitos que ahora son los medios de comunicación; sus oficiantes, esa casta política y sindical parasitaria que vive a cuerpo de rey de los presupuestos generales; sus gestos, el dedo arqueado sobre la ceja; sus corifeos, esa legión de titiriteros que vive de la subvención e incluso construyen sus catedrales en honor de la Santísima Alizanza de las Civilizaciones. La faraónica cúpula multicolor de Miquel Barceló ha costado, en tiempos de crisis, 20 millones de euros, siendo pagada en parte -qué vergüenza- con el dinero destinado a la ayuda al desarrollo.
Dudo que la presencia en el Congreso de una placa que recuerda que allí vivió la Madre Maravillas pueda ser ofensiva para el ciudadano de a pie, es decir, para el que paga impuestos, ese ciudadano que no se preocupa a diario de sembrar la semilla del odio, pero no me cabe la menor duda de que a muchos españoles sí que nos ha ofendido, y de qué manera, el despilfarro de dinero público a mayor gloria de Zapatero y de su proyecto, laicista, totalitario y megalómano.
¿A quién puede ofender la colocación de una placa en honor de una madrileña que entregó su vida al servicio de los más desfavorecidos? Claro, el problema es que era religiosa y eso en la sociedad totalitaria que algunos pretenden construir es imperdonable. Si hubiera sido sindicalista o feminista todo sería diferente. De hecho en el Congreso existe una placa dedicada a Clara Campoamor, precursora del voto femenino quien, por cierto, tuvo que salir huyendo del Madrid republicano (si se enteran ciertos ignorantes, lo mismo le retiran la placa). Los sectores más beligerantes de la izquierda no cesan en su empeño de perseguir, silenciar o arrinconar todo sentimiento religioso de caracter trascendente. Sus intenciones son claras. Pretenden eliminar una religión como la católica, que hoy es libremente practicada por sus fieles, para imponernos la suya, la religión laicista, en una obra de calculada ingeniería social. Esta religión laicista mimetiza muchos de los rasgos de identidad de las religiones tradicionales. Así, crean la asignatura de Educación para la Ciudadanía para adoctrinar en el catecismo socialista, asignatura que a diferencia de la Religión es obligatoria en las escuelas. La religión laicista tiene sus predicadores, ubicados en los nuevos púlpitos que ahora son los medios de comunicación; sus oficiantes, esa casta política y sindical parasitaria que vive a cuerpo de rey de los presupuestos generales; sus gestos, el dedo arqueado sobre la ceja; sus corifeos, esa legión de titiriteros que vive de la subvención e incluso construyen sus catedrales en honor de la Santísima Alizanza de las Civilizaciones. La faraónica cúpula multicolor de Miquel Barceló ha costado, en tiempos de crisis, 20 millones de euros, siendo pagada en parte -qué vergüenza- con el dinero destinado a la ayuda al desarrollo.
Dudo que la presencia en el Congreso de una placa que recuerda que allí vivió la Madre Maravillas pueda ser ofensiva para el ciudadano de a pie, es decir, para el que paga impuestos, ese ciudadano que no se preocupa a diario de sembrar la semilla del odio, pero no me cabe la menor duda de que a muchos españoles sí que nos ha ofendido, y de qué manera, el despilfarro de dinero público a mayor gloria de Zapatero y de su proyecto, laicista, totalitario y megalómano.