
Es lo que faltaba por escuchar. Resulta que la Iglesia Católica no debe expresar públicamente su opinión a favor de la vida porque es meterse en política. Si hay algo que precisamente está al margen de la trifulca política es la vida, su sentido, su defensa y su trascendencia. Entre otras
voces críticas, el grupo municipal de Izquierda Unida en el Ayuntamento de Córdoba considera una provocación el hecho de que las Cofradías luzcan un lazo blanco en un lugar visible a favor de la vida desde su concepción hasta su muerte y en señal de protesta ante una ley de plazos que facilita el aborto, incluso entre las menores de dieciséis años. Quien hace política con la vida no es quien la defiende sino quien la ataca. No hace falta alegar motivos religiosos para reconocer que el derecho a la vida es anterior al propio Estado que por lo tanto sólo debe legislar para protegerla.
Ya comenté en una entrada anterior sobre este tema, la miseria moral de una sociedad como la nuestra que mira para otro lado ante la destrucción masiva de vidas humanas. Al igual que la esclavitud en la Edad Antigua o el holocausto judío más recientemente, el aborto es la gran vergüenza de la sociedad de la opulencia. De ahí que considere necesaria y oportuna la campaña de la Iglesia Católica en defensa de la vida, tanto el ingenisoso y muy sugerente cartel del lince como la protesta de las Cofradías ante el proyecto de ley de ampliciación del aborto. Por cierto, una pregunta ¿los medios de la progresía y la señora alcaldesa de Córdoba, Rosa Aguilar, hubieran considerado también una intromisión de la Iglesia en política si los lazos hubiesen sido a favor de la paz frente a la guerra de Irak o contra la pena de muerte o la violencia de género? Quiero recordar aquí el reconocimiento público que tuvo el Papa cuando se pronunció radicalmente contra la intervención norteamericana en Irak. Yo no escuché que nadie considerase una inadmisible intromisión de la Iglesia en cuestiones políticas. Pero, claro, son los sectores más intolerantes de la izquierda los que se permiten dar y repartir licencias de credibilidad y libertad de expresión, creyéndose en posesión de la Verdad cuando permantemente se autoproclaman relativistas. Como dijo el gran escritor vasco, hoy olvidado, Pedro Mourlane a su amigo y también escritor Jacinto Miquelarena cuando éste se iba al exilio, "¡Qué país, Miquelarena, qué país!"