miércoles, 28 de mayo de 2008

La cena



El pasado fin de semana tuve la suerte de asistir a La cena , la última genialidad de Els Joglars. La noche fue redonda. Hasta el último momento no saqué la entrada pues ese día me iba a ser imposible asistir, pero finalmente arreglé unos asuntillos que tenía pendientes y me acerqué a las taquillas del Gran Teatro pensando que habría localidades más que suficientes, dadas las posturas políticas y sociales mantenidas por Albert Boadella y su grupo en los últimos años. Cuál fue mi sorpresa al ser informado de que sólo quedaban algunas localidades libres de paraíso. Por supuesto compré mi entrada, faltaría más. Al interés por ver la última provocación de Els Joglars se unía la curiosidad por comprobar quiénes seguían fieles a este mítico grupo catalán, acosado en los últimos tiempos por el nacionalismo intransigente y despreciado por esa progresía cutre que en otros tiempos lo aupaba.



Boadella no ha cambiado, siempre ha estado en lo mismo, en la denuncia del fariseísmo, del acoso a la libertad individual, de la imposición irracional, venga de donde venga. Pero los progres, acompañados de los aldeanos nacionalistas, ocupan ahora el poder y el discurso de valores dominantes es el suyo. Resultado: El Joglars es ahora molesto y políticamente incorrecto. Pero resulta que no todos se han enterado de este cambio. Claro, como sólo leen El País y escuchan la Ser, desconocen que Albert Boadella decidió no hace mucho exiliarse de Cataluña donde el ambiente cultural es asfixiante y el político irrespirable.



En el Gran Teatro se dieron cita muchos progres de pasarela vistiendo sus mejores galas (camisetas de no a la guerra, indumentaria rigurosamente negra...). Era todo un espectáculo contemplar la evolución de sus rostros y el movimiento de sus posaderas conforme avanzaba la representación. Alguno que otro incluso abandonó su localidad antes del final. No daban crédito a lo que estaban viendo. ¡Els Joglars ya no era uno de ellos! A todos estos progres les recomiendo que abandonen por unos días la lectura de Suso de Toro, Saramago o Benedetti y, dejando atrás sus anteojeras ideológicas, se sumerjan en las Memorias de un bufón de Boadella, un excelente libro en el que, además de disfrutar de una prosa vibrante y rica en registros, encontrarán argumentos más que razonables para poner en cuestión los débiles fundamentos ideológicos que sostienen el pensamiento débil -Finkelkraut dixit- de una izquierda a la deriva.



La cena denuncia las nuevas formas de totalitarismo, la imposición de un discurso que no admite matices y adopta rostros amables que esconden un peligroso modelo social en el que solo cabe la sumisión y no hay lugar para la reflexión y el espíritu crítico. El ecologismo, el pacifismo, el tercermundismo, convertidos en ideologías excluyentes, constituyen la nueva religión del progresismo. En un momento de la obra se puede escuchar la famosa cita de Chesterton "cuando el hombre deja de creer en Dios empieza a creer en cualquier cosa". En efecto, los apóstoles del cambio climático, los nuevos clérigos del "miedo ambiente" exigen de los ciudadanos creencias, adhesiones inquebrantables a la causa. Su discurso apocalíptico y su doctrina ordenancista se construye invocando razones superiores a la libertad individual como puede ser la salvación del planeta, como también ha denunciado el Instituto Juan de Mariana. La hipocresía de los que no paran de predicar contra el "cambio del clima climático", como diría Moratinos, se suma a otras imposturas que definen el nuevo talante posmoderno.





La obra se inicia con la preparación de una cumbre internacional sobre cuestiones climáticas celebrada en un Parador Nacional, y en la que el Gobierno español se responsabiliza de la cena de clausura. A partir de aquí se producen una serie de guiños al espectador que asiste a todo un ritual religioso celebrado en el altar de los nuevos dioses laicos. La sátira está servida. La nueva gastronomía, el negocio del ecologismo y la adulterada industria del ocio subvencionado se ponen en solfa. Como siempre, el sacrificado será el ser humano concreto al que no se duda en aniquilar en nombre de la Humanidad abstracta. Las palabras rimbombantes en mayúscula y vacías de contenido vuelven a eclipsar hoy como ayer la libertad del ciudadano cuya única arma es el sentido común. Nos lo explica el propio autor:

Vivimos la época de mayor esplendor de Tartufo. El gran personaje de Moliére tiene hoy su máxima expansión en nuestra sociedad. Raudales de palabras altisonantes y una ostentación pública de filantropía son las señas de identidad de una época exhibicionista que se finge magnánima.

Por cierto, Albert Boadella fue homenajeado recientemente por la Fundación para la Defensa de la Nación Española (DENAES) en reconocimiento a su trayectoria profesional y a su intachable defensa de la Libertad. Y defender hoy la Libertad es defender la idea de España. Los nacionalismos y sus proyectos totalitarios así lo confirman.

Su compromiso ciudadano le ha llevado a militar en Ciudadanos y posteriormente en UPD, el partido fundado y liderado por Rosa Díez. Vean y escuchen. Sobran los comentarios.







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