miércoles, 15 de octubre de 2008

Sindicatos subvencionados


Resulta que para los sindicatos el único problema que existe en España es la gestión de la Sanidad pública madrileña. En medio de una crisis negada hasta la saciedad por el Gobierno, instalado durante meses en el engaño y el cinismo, los sindicatos, lejos de ejercer la crítica ante la pasividad gubernamental, han hecho del silencio, cuando no de la complicidad, su única respuesta. Tampoco se conocen grandes rechazos a la desastrosa gestión de la sanidad en Andalucía o Extremadura. Pregunten a un andaluz o extremeño por el servicio que reciben por parte de la Sanidad pública. Se echarían las manos a la cabeza. Pero claro, de lo que se trata es de criticar al gobierno de la Comunidad de Madrid, oh casualidad, gobernado por el PP. Y no solo de criticarlo sino de lanzar una violenta campaña intimidatoria contra el consejero de Sanidad Juan José Güemes. Estas actitudes no hacen sino poner bajo sospecha la actuación sindical y hacen dudar al ciudadano de a pie de si las motivaciones últimas de determinadas movilizaciones son de caracter laboral o político.

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Según datos del Ministerio de Trabajo, durante 2007 el sindicato Comisiones Obreras recibió del Estado 6,29 millones de euros y la UGT 6,06 millones de euros. A esto hay que sumar otros 981.760 euros para CCOO y 1,14 millones de euros para UGT en concepto de compensación económica por "su participación en consejos consultivos". Estas cifras se completan con la subvención recibida por los llamados sindicatos minoritarios que paso a detallar. ELA (sindicato cercano al PNV), 567.749 euros; USO, 487.084 euros; CSI-CSIF, 342.559 euros; CIG, 273.539, euros;  LAB (sindicato cercano a Batasuna), 216.302 euros; Fetico (comercio), 206.951 euros; CGT, 204.951 euros; FSIE, 138.688 euros y otras organizaciones aún más minoritarias, hasta sumar un total de cuarenta y dos, 90.000 euros en total.



Estas cifras de escándalo, aún más en la actual coyuntura de crisis económica y financiera, empiezan a entenderse si acto seguido comprobamos que el número de liberados sindicales en toda España asciende a 200.000, sí han leído bien. Doscientos mil ciudadanos cuya actividad no es productiva y a los que pagamos todos los españoles. El derroche del gasto público hay que pararlo. Ya ha llegado el momento de revisar algunos de los acuerdos a los que se llegó en la Transición que en su momento quizá fueran necesarios para asentar la Democracia, beneficiando de forma desproporcionada a partidos políticos y sindicatos, pero que a día de hoy no tiene sentido mantener. Es increíble que cada español tenga que aportar anualmente, vía declaración de la renta, más de 20 euros a los sindicatos sin ser consultado. Alguien puede alegar que lo sindicatos desempeñan una importante labor social de defensa de los intereses de los trabajadores. No voy a entrar en ese debate. Solo digo que deben ser los trabajadores libremente quienes deben juzgarlo y lo cierto es que el nivel de afiliación a los sindicatos en España es realmente bajo. Se habla de crisis del modelo sindical. Es posible. La independencia de los sindicatos, convertidos hoy en una especie de funcionariado dependiente del erario público, les haría ganar en independencia y credibilidad ante los ciudadanos. Esto solo se puede conseguir mediante la autofinanciación o en su defecto en que sea el contribuyente quien en la declaración de la Renta, al igual que ocurre con la Iglesia Católica, decidiese si quiere o no contribuir a sostener y financiar a los sindicatos. ¿Tan complicado es esto? ¿Por qué nadie se atreve a proponerlo? Parace que hay determinados temas tabú que tras treinta años de democracia no deberían serlo.


Los sindicatos no deben constituir una excepcionalidad en nuestro sistema democrático, ni en lo relativo a la financiación ni en otros aspectos ¿Por qué hay que consentir prácticas intimidatorias como, por ejemplo, la figura del piquete? ¿Por qué un ciudadano queda impune de actos delectivos como la coacción o la injuria por el hecho de ser sindicalista? No dudo que hay muchos sindicalistas que trabajan de buena voluntad por mejorar las condiciones laborales de la clase trabajadora y otros que lo hacen con otras motivaciones, pero repito que deben ser los propios ciudadanos quienes decidan si con sus impuestos desean financiarlos. Una vez más se trata de elegir entre la libertad y la imposición

3 comentarios:

oscar de quinto garcia dijo...

es un comentario muy oportuno. Los sindicatos se han convertido en vacas estabuladas que solo esperan el heno que les cae en el pesebre. Si esto no es asi, ¿por qué no salen a la calle ante la pérdida de puestos de trabajo (la más alta en la historia de la democracia) y la impasibilidad del gobierno, que solo toma kmedidas para que "engorden" los banqueros?

Anónimo dijo...

La verdad es que los sindicatos se han convertido en una maquinaria de poder e influencia. Me ha dejado estupefacto la cifra de 200.000 liberados. ¿Qué país puede aguantar esto? ¿Por qué los contribuyentes tenemos que sacar las castañas del fuego a los sindicatos y ahora también a los banqueros con esto de la crisis? Ya está bien.

Anónimo dijo...

Estuve tentado hace años de publicar un artículos sobre el sindicato como mafia. Pero hoy me hubiera arrepentido. La mafia tiene sus reglas. En los sindicatos la única regla es que todo vale por la liberación. He ido varias veces a quejarme a un sindicato sobre asuntos importantes de mi trabajo y en los últimos tiempos me han decepcionado. Yo me afilié por cierto entusiasmo inicial, porque pensé que realmente querían defender los derechos de los trabajadores. Peo ante problemáticas reales concretas los he visto contemporizar, encojerse de hombros e incluso defender a la patronal. En concreto en la huelga del 21 de mayo de 2008 los sindicatos no se limitaron a no apoyar una convocatoria de huelga por el contínuo malestar entre el profesorado si no que se permitieron deslegitimarla y defender a la patronal por un puñado de lentejas que aún hoy no nos hemos comido (cobrado). No obstante la culpa no es sólo de ellos pues ante una situación de crispación y de descontento generalizado los trabajadores se limitan a llorar como plañideras, a mirarse el ombligo, a crispar ánimos, a proyectar sus frustaciones... pero son los primeros que no hacen nada por mejorar su situación. Escuché un cuento para pensar de Jorge Bucay donde hay un elefante que no se puede mover de una pequeña estaca porque desde pequeño se acostumbró a que no podía con ella. Y eso sucede con la clase trabajadora. Está cansada de falsas revoluciones, no hace nada por mejorar su situación, acepta una crisis que no ha provocado pues no tiene el control sobre los medios de producción, pero además se la ha educado en el consumo irresponsable, se le han introducido valores proclives a la difamación, al que todo vale, a que el delito queda impune e incluso el delinquente se ve como un héroe. Los sindicatos son sólo una parte de la parafernalia estatal. Quizás lo malo sea su carácter subvencionado que les resta independencia, aunque nadie se afilie.